Ayer yo visité la cárcel de Sing Sing
Y en una de sus celdas solitarias,
Un hombre se encontraba arrodillado al Redentor:
Piedad, piedad de mí, mi Gran Señor.
Mas, cuando me miró, a mí se abalanzó;
Y con voz temblorosa y recortada:
Escucha, triste hermano, esta horrible confesión;
Aquí, yo condenado a muerte estoy...
Yo tuve que matar a un ser que quise amar
Y, aunque aún estando muerta, yo la quiero...
Al verla con su amante, a los dos los maté,
Por culpa de ese infame moriré.
Minutos nada más me quedan ya para expirar,
La silla lista está, la cámara también.
A mi pobre viejita, que desesperada está,
Entréguele este recuerdo de mí.