Emilia, tus ruinas las leí con buena voz,
tienen puertas como tú.
Qué ridículas mis cartas,
que ridículas las sombras de mis sueños.
Qué bien te recuerdo llorando.
Emilia, has ido junto con cada oración,
escondida en un baúl
como un signo inevitable,
y hay anécdotas tirándome del ceño.
Qué bien te recuerdo llorando.
Qué dirá tu instinto cuando sienta esta canción
y que dirás tú, que te acercas
a la máxima distancia entre nosotros.
Quien conoce que un soldado moribundo te cantaba,
que hubo olores de una selva,
que había cines,
que llovía.
Vallejo así nos descubrió,
Byron estaba en su lugar.
Todo pasaba con nosotros.
Emilia, qué horriblemente hermoso
era aquel tiempo.
Emilia, qué pasa,
cuál resaca nos llevó al silencio,
a recordar.
Algún viento nos ha dado
y en sus puntas
discutimos con la muerte:
que no te sorprenda llorando,
Emilia.